03 septiembre 2010

Asturias de mis amores

Hola amigos viajeros

Pues la semanita por tierras astures estuvo de lo más tranquila, tanto que, el primer día, después de la nochecita y el viaje que tuvimos, nos dedicamos a realizar una tarea que no solemos hacer a menudo y cuando conseguimos realizarla, no suele extenderse en el tiempo: una siesta.

Estuvimos yendo a la playa casi todos los días, salvo el primero, que la siesta nos lo impidió y nos dedicamos a intentar pasear por el pueblo para conocerlo y ver donde estaban las tiendas, las sidrerías, la farmacia... y digo intentar, porque aunque bonito (fue declarado pueblo más bonito de Asturias en 1953 según rezaba un cartel) era un poco incómodo de transitar con carros de niños, y tampoco fuimos a la playa el día que fuimos a ver a mis tíos a Oviedo para que conocieran a Ángela. María descubrió ese día las campanas de la catedral y mi tía cayó en el error de explicarle que las campanas sonaban cada cuarto de hora, con lo que la tuvo pegada al reloj para ver cuando la aguja llegaba a su destino campanil.

En la playa, el único que se bañó fui yo. Elena que si el agua estaba muy lejos de la playa cuando la marea estaba baja (como a 15 o 20 segundos andando) y que no hacía calor cuando estaba baja. María que con olas de 10 y 15... centímetros ella no se metía ni de coña no fuera a cubrirla el agua y, por otra parte, como el agua no se iba a mover de allí, ya se bañaría otro año si eso. Y Ángela que estaba muy a gusto en el carro, bajo la sombrilla, viendo a la gente pasar y no iba a dejar de hacerlo por darse un chapuzón. Y las tres que si el agua estaba fría... Estaba fresquita, vigorizante y daba un gusto estar mecido por las olitas que no hubiera salido de allí si mis responsabilidades paternales y conyugales no me hubieran acuciado.

Por desgracia la semana de vacaciones asturianas se acabó y el último día, como había que dejar pronto el apartamento, decidimos ir a pasar el día a Oviedo y salir de noche, con la esperanza (frustrada) de que nuestras hijas fueran dormidas. Salimos finalmente de Oviedo a eso de las 8 y media de la tarde, María se durmió casi inmediatamente, pero Ángela decidió que la mejor manera de hacer un viaje era llorando a todo pulmón, por lo que tuvimos que parar a la media hora para ver si se tranquilizaba. Como era de esperar no lo hizo y a la media hora volvimos a parar y decidimos despertar a María y cenar. Al final volvimos a reemprender viaje a las 11 de la noche y esta vez Ángela se quedó dormida, pero María decidió que los viajes tenían que ser como los de antes: cantando. Y como las únicas canciones que se sabe son el cumpleaños feliz y el corro de la patata, pues 200 km después como que estaba hasta el gorro del cumpleaños y de la patata. Al final, la muy petarda se durmió a eso de las 2 y media de la madrugada, 10 minutos antes de que entráramos en casa. Menos mal que aguantó hasta por la mañana.

Y colorín, colorado, estas vacaciones se han acabado. Poca cosa más hicimos: el lunes recogimos y pusimos lavadoras, el martes Elena se incorporó al curro y el miércoles lo hice yo, con una entrada triunfal: resulta que para el viaje compré un baúl de esos que se pone en la baca del coche y cuando llego al garaje, oigo un golpe antes de entrar. Era el baúl, que había golpeado ligeramente contra el gálibo de la entrada. Pero mi ojo de buen cubero me decía que seguro que entraba y así fue, pude entrar sin problemas, lo que sí que me dio problemas fue al aparcar, que me cargué un fluorescente con el baúl de las narices, pero con aparcar en otro espacio sin fluorescente encima, todo arreglado.

Hasta la próxima viajeros
 
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