11 agosto 2010

Cosas de la edad (1ª parte)

Hola amigos viajeros

Sí, ya sé que hacía mucho que no salía a pasear con vosotros, pero entre el trabajo, las peques y las recomendaciones de los amigos de que me tomara unas vacaciones para "refrescar" las ideas, pues me había tomado un tiempecito de relax.

Mi amigo Luis me ha pedido que le mande cosas que recuerdo de mi época de colegial infante. Empecé a acometer la labor con gran entusiasmo, pero me encontré con dos grandes problemas: el primero y no sé si más importante, mi tremenda falta de memoria, y el segundo, mi bloqueo, si se puede llamar así, a escribir por encargo. Siempre me ha ocurrido, cuando me pedían hacer una redacción, que me bloqueaba y no era capaz de enlazar dos palabras seguidas. En fin, espero satisfacer la petición realizada con lo que vaya escribiendo, aunque sea de forma inconexa. Luis, ya te encargarás de rellenar las lagunas o las incongruencias que tenga.

Luis me ha recordado que tengo una cierta predisposición a sufrir accidentes. En aquella época tuve dos, cuando menos curiosos. El primero fue el tizazo que recibí en el ojo: estábamos haciendo el canelo en clase, porque cuando no estás estudiando o atendiendo a los profes, lo que haces en clase suele ser el canelo, y se declaró una guerra de tizas. He de decir que, a pesar de haber hecho la mili, nunca me han atraído los juegos de guerra, por lo que estaba yo como habitualmente estoy, entre la inopia y Babia, sin enterarme de la misa la mitad cuando, al girar la cabeza, una tiza impacto contra mi ojo abierto.

Claro, cuando ves venir el golpe, tiendes a cerrar el ojo, pero cuando la conjunción de los planetas hace que la cabeza gire mientras la tiza se acerca inexorablemente al ojo, acercándose por su ángulo muerto, este no puede cerrarse a tiempo y recibe el impacto de lleno. Sólo puedo decir que, a día de hoy, todavía lloro tiza de vez en cuando.

El segundo accidente se produjo realizando una actividad tan inocente como tocar la flauta. Lo que pasa es que, como en el caso anterior, se produjeron varios hechos que hicieron que tan inocente actividad se convirtiera casi en un deporte de riesgo, tanto que a punto estuvieron de cambiarle el nombre por flauting. El caso es que andábamos dando la clase de música en el gimnasio y, como no había sitio en las colchonetas para todos, pues algunos estábamos subidos a la barra de equilibrio; tras un rato de andar tocando la flauta, aquella acababa rellena por las babas de los soplaflautas y, salvo algún pijo (que ya por entonces los había) que la limpiaba con un palito con un algodón en la punta, los demás nos apañábamos con la camiseta o, en casos como el que me atañe, sacudiendo la flauta.

Pues allí estaba mi amigo, el "Rocha", sacudiendo la flauta arriba y abajo para que la saliva saliera despedida del interior cuando, hete aquí que se separa, por decirlo de alguna manera, la cabeza de la flauta del cuerpo, vamos, la parte por donde se sopla de la parte agujereada, con la mala suerte de que la cabeza flautil alcanzó mi cabeza a una velocidad tal que produjo dos efectos: por un lado me tiró de la barra de equilibrio lo que, afortunadamente, no tuvo efectos secundarios gracias a las colchonetas que había debajo, y por otro me abrió una brecha en la cabeza, de la cual se encargó mi padre de cosérmela a pelo, sin anestesia ni nada.

En fin, a ver si me animo a salir pronto otra vez y os sigo contando anécdotas de mi época colegial. A los compis del cole que me seguís en mis paseos, podéis poner otras anécdotas en los comentarios, que seguro que Luis las agradecerá (y los desmemoriados como yo, también)

Hasta la próxima viajeros
 
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