28 julio 2009

La mala educación

Hola amigos viajeros

Este está siendo un mes en el que me está costando más de lo habitual salir a pasear. Entre el calor, la jornada laboral intensa en vez de intensiva... pues como que apetece poco salir a pasear. Aunque el cine español no es santo de mi devoción y el de Almodóvar mucho menos, el título de su película me viene que ni pintado para el paseo de hoy y hablaros de algo que me ocurrió el fin de semana, de lo cual no me siento muy orgulloso.

No sé si alguna vez he hecho mención a mis vecinos y sus actitudes poco cívicas para con el resto de los que habitamos el mismo portal. Tanto mis vecinos de arriba como los de abajo son de ese tipo de vecino que a nadie le gustaría tener, al menos de puertas para dentro, porque cuando te les cruzas por la calle son todo amabilidad y buenas maneras. Pero de puertas para dentro, mis vecinos de arriba son de poner música alta, gritarse, mover muebles a horas que no procede... Y los de abajo, ay los de abajo. Tienen, creo, dos hijas pre-adolescentes que, día sí, día también o discuten entre ellas o discuten con los padres, dan portazos, suben las escaleras como si estuvieran los sanfermines en su casa... En fin, ya os podéis hacer una idea de lo que eso significa.

Quizás desde que tenemos a María, como no ha dormido bien en sus 11 primeros meses de vida, hemos procurado hacer menos ruido en casa, poner la tele más bajita... y por eso oímos más todos los ruidos que nos llegan de la calle y de nuestros vecinos y que antes no oíamos. No es que antes no tuviéramos cuidado, pero si, por ejemplo, ahora para oír la tele poco menos que necesitamos un audífono, antes la oíamos perfectamente y, si aumentaban los ruidos, subíamos un poco más el volumen. Desde la llegada del buen tiempo, las vacaciones de los niños, las de algunos afortunados padres... dejamos las ventanas abiertas, salvo que baje demasiado la temperatura o que haya mucho jaleo de niños en el patio de la casa (que es particular y cuando llueve se moja como los demás) que cerramos la de María no se vaya a constipar.

Un día al acostar a María nuestros vecinos de abajo estaban de tertulia con unos amigos en su terraza, que da a nuestras ventanas. Como el tono de la tertulia iba in crescendo, al mismo ritmo que mi enfado por el poco respeto mostrado, ya que las horas no eran como para estar hablando como si estuviéramos en un bar, al final cerré la ventana de la habitación con cierta rotundidad (vamos que di un portazo) y parece que se dieron por aludidos y terminaron la reunión. Pero como el hombre (me imagino que también la mujer) es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, el sábado por la noche, al llegar a casa tras un día agotador de piscina y sobrinas, nos encontramos que nuestros vecinos volvían a tener reunión de amigos. De momento a María le cerré la ventana porque la pobre venía dormida en el coche y no quería que se despertase, pero cuando nos acostamos los que no podíamos dormir éramos nosotros y llegó un momento que, entre el cansancio y el cabreo, salí a la ventana y, con muy malas pulgas, les dije que bajaran el tono de voz que había gente que quería dormir.

Al día siguiente mis vecinos se presentaron en casa para pedirnos disculpas. Fue Elena la que salió porque yo estaba... ocupado y desde entonces no hago más que darle vueltas a mi actitud y ya he bajado a pedirles perdón porque la buena educación no debemos perderla nunca, pero todavía no he conseguido verles. Lo peor de todo es que ayer, cuando María estaba durmiendo la siesta, una de las pre-adolescentes salvajes dio un portazo que tembló toda la casa y despertó a María. Y yo con cargo de conciencia...

Hasta la próxima viajeros
 
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